© Pedro Serna

Obra Pictórica

JUVENTUD (1910-1939)
Nacido en Murcia en 1910, pasó su infancia y juventud en esta ciudad de provincias, de aire algo italiano donde <<se respira luz>> como dirá Jorge Guillén, fundador junto a Juan Guerrero -secretario del Ayuntamiento- de Verso y prosa (un suplemente literario del diario La Verdad en el que participaban los escritores más destacados de la generación del 27 y donde Gaya publicó sus primeras prosas). Sus calles desembocan en la huerta y los huertos, los puentes sortean las acequias que cruzan la ciudad. Ese tiempo lo recuerda el pintor: <<años fundamentales porque constituyen la etapa de formación de una persona avispada>>. Apenas con diez años abandona el colegio con el consentimiento de sus padres y empieza su largo camino como pintor. Muy pronto supo que quería dedicar sus días por entero a la pintura.
Esa Murcia de los años 20 vive una etapa dorada cultural en la que se forma Ramón Gaya. Comparte estudio con los pintores Pedro Flores y Luis Garay. El Ayuntamiento de Murcia concede a los tres una beca para residir en París y conocer de primera mano ese centro de novedades, referente en todo el mundo. Cuando Ramón Gaya visita París en 1928 tiene diecisiete años y lleva ya la mitad de ellos pintando. Le acompañan Pedro Flores y Luis Garay.  Exponen en la galería Aux Quatre Chemins con gran éxito. En esa estancia, que se prolongó cinco meses, pasea por la ciudad, conoce a otros artistas, trabaja y ve de cerca la pintura de vanguardia, símbolo en todo el mundo del arte moderno. Pasada la primera impresión, muy pronto le decepciona, pareciéndole artificiosa y envejecida prematuramente, algo que no le ocurre en sus visitas al Museo del Louvre o en el Museo del Prado. Su pintura, hasta ahora teñida por los movimientos de vanguardia, cambiará. Esas tentativas contagiadas por los ismos darán paso a una pintura del natural y esa decisión de dejar las vanguardias, no atrás, sino de lado, le aísla. Habrá pocos compañeros pintores afines a él. Aunque encuentra algunos ejemplos extraordinarios como Solana, Nonell, Eduardo Vicente o Juan Bonafé. Con estos dos últimos emprenderá uno de los proyectos más bonitos, luminosos y solidarios de la Historia de España: Las Misiones Pedagógicas.
Se trataba de acercar a los pueblos de una España pobre los tesoros del patrimonio nacional. Tender puentes entre la ciudad y los pueblos. Llevaban cine, una biblioteca con cien volúmenes escogidos, teatro, charlas, música y el Museo Ambulante. A Eduardo Vicente, a Juan Bonafé y a Ramón Gaya le encargaron copias de catorce cuadros representativos del Museo del Prado que iban a constituir ese Museo portátil. Los tres pintores -que no copistas- pasaron días enteros trabajando en las salas del Prado. La idea de Manuel Bartolomé Cossío era hacer llegar esos tesoros a toda esa gente que no habían visto en su vida -no ya esas obras del Prado- sino cualquier pintura hecha sobre tela. Si bien España era un país pobre, tenía una pintura y una literatura de primerísimo orden. Ramón Gaya fue el único de esos tres pintores que acompañó al Museo por toda España. Por la tarde daba una charla sobre pintura y las mañanas las dedicaba a pintar. Eran recibidos con franca alegría en general. Esto permitió al pintor conocer el país, sus costumbres y sus gentes. En un pueblo de Almería Gaya conoce a la que será su mujer, Fe Sanz.
Miles de personar vieron este Museo Ambulante hasta que su historia quedó truncada tras el levantamiento militar del 18 de julio de 1936. La noticia les sorprende en Motilla del Palancar, en Cuenca, tras la cual, vuelven rápidamente a Madrid, dejando los cuadros en grandes cajas abandonadas en el Ayuntamiento.
EXILIO MÉXICO (1939-1956)
Exilio en México (1939-1956). Nacimiento de los homenajes
En 1939 Ramón Gaya está en México, exiliado y viudo. Su mujer murió en Figueras, cuando trataba de subir a un tren destino a Francia. La aviación italiana bombardeó la estación. Milagrosamente sobrevive su hija Alicia. Ramón Gaya -que hizo una ruta distinta a su mujer y su hija para huir a Francia- pasó por el campo de concentración de Saint-Cyprien. Al salir fue a casa del pintor y amigo Cristóbal Hall y familia, en Cardesse. Allí estuvo dos meses abatido, casi sin levantarse de la cama. Lo único que lo repuso fue pintar y el reencuentro con su hija. Ramón Gaya no tiene más remedio que marcharse a un país que lo acoja legalmente. La pequeña Alicia, de tan solo dos años y con una neumonía, se quedará con la familia Hall. No se reencontrarán hasta 14 años después.
Ese tiempo mexicano lo pasa replegado en sí mismo, en una soledad limpia y saludable, no contaminada, pero sin poder ver obras de los grandes maestros. Llegará a decir que su verdadero exilio fue estar alejado de la pintura. En la pensión o en la casa en la que viva se rodeará de reproducciones de Tiziano, Carpaccio, Giotto, Murillo, Velázquez, Rembrandt… Una suerte de museo portátil. <<Siempre tenía una u otra reproducción sobre una mesa, entonces colocaba en torno unos objetos y creaba una atmósfera en torno a esa reproducción; era mi manera de comunicarme con la pintura de siempre, era una actitud polémica, polémica sin gritos>>. Son sus altarcicos, como los llamaba Concha de Albornoz. En esa soledad y distanciado de la pintura se comprenden las palabras tan repetidas estos los últimos años: <<Cuando desde lejos se piensa en el Prado, éste no se presenta nunca como un museo, sino como una especie de Patria>>. El Prado es lo más sólido que tiene España, y a partir de entonces el pintor llamará Roca española al Museo.
REGRESO A EUROPA (1956-1978)
Regreso a Europa, a la ‘Patria de la Pintura’ (1956-1978)
La situación en México, tras 14 largos años, comenzó a ser insostenible para el pintor por la ausencia de pintura. Finalmente pudo regresar a Europa, a la patria de la Pintura. A partir de su regreso a Europa encontramos al pintor en destinos muy diferentes: París, Florencia, Roma, Madrid y su regreso a la ciudad fina y polvorienta que es Murcia. Viajará incansablemente para relacionarse con sus amigos perennes, como llamaba a los maestros de antaño. Pero hay una ciudad entre todas, una que modifica al pintor: Venecia.
Ramón Gaya visitó la laguna por primera vez el 13 de julio de 1952. La ciudad italiana le inspira de tal modo que llega a decir: <<después de Venecia soy otra persona>>. El pintor nos ofrece en su pintura y en sus ensayos una visión de la ciudad inédita, singular, originalísima. <<No se trata de una de las visiones más importantes que pueda haber sobre Venecia por parte de un español, sino que se trata de una de las visiones más importantes, a secas, en términos absolutos>>, dirá Juan Manuel Bonet. ¿Qué le sucede al pintor en Venecia? Allí descubre -o más bien cristaliza una idea que venía fraguándose en él- que la pintura es siempre la misma, no hay más que una, y se sucede ininterrumpidamente como un río <<sin esos apartijos que hacen los historiadores>>. Ramón Gaya sitúa el nacimiento de ese río, el brotar de ese manantial, en Venecia. Al pintor se le revela ante sus propios ojos, de manera alegórica, el nacimiento de la pintura encarnado en el cuerpo de una mujer saliendo de las aguas de la laguna, una venus cochambrosa (una imagen tan icónica y gayesca como la copa). El sentimiento de la pintura, por tanto, vendrá a ser el mismo desde Altamira hasta nuestros días. La pintura única. Así, en estado de gracia, en un momento de lucidez único nacen páginas y pinturas inspiradísimas. <<Decididamente Venecia me produce un estado de embeleso único. Siento aquí una especie de mansedumbre que se asemeja mucho a la felicidad>>.
Vemos al pintor solo en la ciudad. No sufre compañía. Pinta, escribe y camina sin descanso por ese laberinto de piedra y agua que es Venecia. Lo encontramos saliendo de la Galería de la Academia donde le sorprende la nieve; en el Museo Correr frente a Las Cortesanas de Carpaccio <<ese cuadro que funde el primitivismo y lo moderno en un tiempo único>>; comiendo en una trattoria; observando a la mujer que vende comida para las palomas en san Marcos; o de madrugada topándose con gentes que vuelven a sus casas, <<restos de carnaval>>; en el café Florián cobijándose de la lluvia y dibujando a las viejas señoras venecianas con <<viejos abrigos de piel, joyas antiguas y sombreros reformados>>; escuchando las campanas, o el sonido del agua golpear en unos escalones de mármol; asistiendo a un concierto en la Fenice; en la habitación del hotel escribiendo cartas y postales donde cuenta el milagro que está viviendo; viajando en vaporetto; atravesando la Piazza de noche <<con un poco de niebla iluminada por la luna>>…
Tras esa primera visita volverá incansablemente a la ciudad y cada vez que se marcha de Venecia siente una <<terrible angustia como si no fuera a ver más esta ciudad que es para mí como un… ser. Nunca acabo de con-solarme de la falta de Venecia>>. Sin duda, la ciudad que cambió a Ramón Gaya.
En 1956 abandona México definitivamente y fija su residencia en Roma, aunque viaja por diferentes ciudades para reencontrarse con la pintura. Mientras dura el régimen franquista sólo viaja a España en ocasiones, pero visita incansablemente el Museo del Prado. Demasiados años <<sin poder contemplar un trozo de pintura verdadera>>.
En los años setenta Ramón Gaya volverá a Murcia con frecuencia, llegando a exponer de nuevo en 1974 (en la desaparecida Galería Al-Kara), algo que no había hecho desde que era casi un niño. Ya no se trata de una visita esporádica. Tiene un reencuentro muy profundo con la ciudad. Pinta los huertos, el monte, en el Museo Salzillo, vistas de la ciudad, retratos… Fue un encuentro muy deseado. Llegó a decir, <<este trozo de tierra y aquellos montes del fondo son para mí el paisaje más querido, el que más me gusta del mundo>>. Conoce a algunos jóvenes atentos, deslumbrados por alguien que les hablaba de pintura, de poesía, de Cernuda, de María Zambrano, de Juan Ramón… Era una época gris, sórdida, con poca vida cultural, por lo que su llegada supuso un acontecimiento muy especial. Enseguida se formó un pequeño grupo de amigos en torno a él que con el tiempo serían fundamentales para la apertura de su museo en 1990.
MADUREZ (1978-2005)
Madurez, reconquista de la inocencia (1978-2005)
En Valencia conoce a la que será su segunda mujer, Isabel Verdejo. Irán a vivir juntos y, más tarde -cuando pueden- tendrán una casa en Madrid, cerca del Museo del Prado, manteniendo la de Roma. Construyen un hogar donde se convive entre pinturas, en un orden exquisito. Esos amigos afines a ellos irán a visitar al matrimonio. Isabel Verdejo será decisiva en esta etapa de Ramón Gaya, lo liberará de obligaciones y servidumbres cotidianas y propiciará la calma y el silencio necesario para que nazca su pintura, y lo acompañará por toda Europa en busca de esos otros <<amigos perennes>>: Rembrandt, Giotto, Miguel Ángel, Ticiano…
A pesar de haber saciado su hambre de pintura, de nutrirse de ella continuamente, sus homenajes no se interrumpen. Su pintura cada vez se hace menos corpórea, más transparente. Serán frecuentes en sus obras rincones de las casas donde viven, en las que el pintor crea una atmósfera en torno a las reproducciones y otros elementos: flores de los huertos, regalos de los amigos (cerámicas), frutas, o verduras que nos hablan de la estación en la que fueron pintados. El interior de la casa es tema principal, pues Ramón Gaya nunca hizo distinción entre el estudio y la casa: <<Un estudio, propiamente “estudio”, no lo he entendido nunca. No me va, me da la sensación de laboratorio, de lugar donde se combinan cosas>>.
Vemos a un pintor que ha llegado a lo mejor del hombre, su madurez, <<es decir, cuando ha pasado por su sabiduría y, dejándola atrás, sin renegarla, ha reconquistado su inocencia>>. Ramón Gaya recibió numerosos premios, entre ellos el más reconocido en arte hispanas: el Premio Velázquez. Su obra se expuso en el Pabellón de La República de 1937 de París, junto al Guernica de Picasso. Su pintura está en los grandes museos nacionales de arte contemporáneo y en su ciudad natal hay un museo consagrado a su trabajo. El pintor vivió 95 años consagrados a la pintura y la escritura, cumpliendo aquello que dijo: <<Los escritores deben morir escribiendo y los pintores, pintando>>. Recordemos que de él dijo Emilio Pérez Sánchez (director del Museo del Prado) que era <<el mejor escritor de arte del siglo XX>>.