Obras invitadas

La sección «Obras Invitadas» del Museo Ramón Gaya reúne piezas prestadas temporalmente por colecciones privadas, permitiendo a los visitantes acercarse a un patrimonio artístico excepcional. En su mayoría, estas obras pertenecen a Ramón Gaya o a pintores a los que admiraba, estableciendo un diálogo entre su legado y el de aquellos artistas que influyeron en su visión del arte.

A través de esta iniciativa, el museo enriquece su colección permanente y ofrece una perspectiva más amplia sobre la obra de Gaya y su contexto artístico. Cada pieza expuesta se acompaña de información detallada que permite comprender su relevancia y el vínculo que mantiene con la sensibilidad y pensamiento del pintor murciano.

Obra invitada 'dos rosas', de 1995. Ramón Gaya

OBRA INVITADA

¡Qué poco necesita Ramón Gaya para tejer una obra! En su última etapa, la de la madurez, el pintor deja el fondo del lienzo o del papel prácticamente intacto, sin el más mínimo rastro de pintura. Pero ese espacio vacío no es ausencia, no es un territorio inerte: es un lugar transitable, un espacio vivo. El vacío, lejos de ser nada, es el punto de apoyo donde las formas encuentran su sitio, donde la mirada respira.
No fue un proceso inmediato. Le llevó mucho tiempo llegar a esta desnudez esencial, a ese acto de depuración que consiste en quitar más que en añadir. Porque, como bien escribió en uno de sus poemas:
«Pintura no es hacer, es sacrificio,
es quitar, desnudar; y, trozo a trozo,
el alma irá acudiendo sin trabajo.»

Este mes de enero -y gracias a la generosidad de coleccionistas privados- el Museo tiene el privilegio de acoger como ‘huésped’ esta obra excepcional.
La pintura destaca por una inusual composición vertical, que nos adentra en el interior de la casa-estudio del pintor. Su profundidad se amplifica mediante un juego de espejos que añade una dimensión intrigante y envolvente.
Gaya utiliza pocos elementos para construir una atmósfera cálida y acogedora: una silla de anea, una mesa, una tela, un plato con granadas, un vaso con rosas marchitándose, un espejo y una reproducción de un paisaje de Van Gogh.
La composición, sencilla en apariencia, evoca un altar casi místico o sagrado, donde lo cotidiano se convierte en un espacio de comunión íntima entre el pintor con el arte del pasado.
Roma es una constante en la obra del pintor: una ciudad que le inspira profundamente; una ciudad en la que tendrá casa hasta su muerte. Roma es la ciudad elegida inicialmente para vivir tras su vuelta del exilio mexicano (aunque seguirá viajando incansablemente a otros destinos).
En 1956, a las pocas semanas de su llegada desde México, Ramón Gaya alquila el que será su primer estudio en la Ciudad Eterna, en Via Margutta. Tiempo después comprará una casa en Vicolo del Giglio (donde una placa conmemorativa lo recuerda).
En Roma hubo un tiempo en que se veía casi a diario con María Zambrano en el café Greco, la Piazza di Spagna, la Via del Babuino, en la frutería o la trattoría…
Roma -nos dirá Gaya- es, en efecto, eterna, porque Roma es tierra, la tierra, la tierra firme, el suelo. En pocos lugares podremos sentirnos tan «cercados» por la vida sin paliativos, descarada, cruda, pero como «acunados» también por esa misma vida monda y lironda.

Muchos son los cuadros pintados en Roma, no solo en el interior de su casa, también en rincones de la ciudad, como el Castillo de Sant’Angelo reflejado en el agua, ruinas romanas, el Foro o este que mostramos en el Museo como cuadro invitado.

Obra invitada: El Palatino, 1958. Ramón Gaya. 
OBRA INVITADA, EL FIUME
TRAMONTO ROMANO
«A esa hora tensa, tersa, del crepúsculo, no se diría que el Tevere camina hacia el mar, sino hacia el poniente, hacia la encharcada plazoleta del poniente; es como si todo el caudal del río, con terquedad armoniosa, quisiera desembocar en la acumulada luz del fondo. Toda Roma, ya nocturna detrás de nosotros, parece convertirse entonces en un cucurucho, en un embudo de oscuridad que apuntara a ese rincón entreabierto del ocaso; porque, de pronto, todo converge en él –en un rapto de locura mansa– y desaparece unos segundos. Durante el día el cuerpo del río irá engrosándose, abultándose como si aspirase a la escultura, a ser escultura –quizá una de esas estatuas recostadas que representan un fiume–, y para ello, todo ha de servirle, no sólo el barro vivo que lleva en sus aguas, sino incluso esas cosas heterogéneas que, al pasar, recoge de sus propias orillas: un tronco, un simple papel, una caja, un gato muerto hinchado, el respaldo de un sillón, pues todo se le convierte en río, en compacta figura de río. Pero en ese puntiagudo momento del atardecer, el Tevere parece renunciar a su ambición corpórea, escultórica, y diluirse en algo que no es propiamente agua, sino un líquido más… febril. Después, ya esparcida por todas partes la noche, nos vamos de aquel lugar y hora, no melancólicos y tristes por influjo de la melancolía y la tristeza propias del poniente».
Ramón Gaya, Tropiezo y contrariedad de la belleza.
Obra invitada junio 2024
Una obra de Ramón Gaya que homenajea una escultura del Partenón del gran escultor Fidias.
Gaya escribió que Fidias era ‘creación viva’. Sobre las esculturas del Partenón, leemos: «esas Parcas sentadas, esos pechos, esos vientres, todo eso es escultura porque es poesía, porque está impregnado de poesía. Si no lo estuvieran, no serían escultura tampoco. Hacer una escultura no es hacer una figura de piedra, sino deshacer la piedra y convertirla en otra cosa, transfigurarla en otra cosa.
[…]
Fidias, Miguel Ángel, Tiziano, Rembrandt, Velázquez, Cervantes, Shakespeare, Mozart, Tolstoi, Galdós, Juan Ramón Jiménez no son sino fragmentos de un solo y único espíritu… permanente. Son como distintos estados de ánimo del espíritu, y basta».

Esta obra invitada nos llega desde Portugal prestada por la hija de Ramón Gaya, Alicia. Se trata de una pintura tardía del murciano, de 2002, cuando tenía 92 años. ‘Flores para el niño de Vallecas’ está cargado de significado. Es un homenaje a uno de los cuadros más importantes para Gaya de toda la pintura; un cuadro que encierra un gran misterio, «ese ser raro, casi angélico -nos dirá Gaya- Cuando uno se encuentra ante un ser así, se encuentra lleno de preguntas, de preguntas sobre Dios, sobre la divinidad, sobre muchas cosas […] Cuando Velázquez pinta la cara del Niño de Vallecas, ya no se puede ser un poeta más grande –ni más misterioso-».
Es éste uno de los muchos homenajes que Gaya hizo al pintor sevillano.
Siguiendo con los ensayos de Gaya: «ante los cuadros de Velázquez, el espectador se olvida de los medios expresivos –el color, el dibujo y la composición– para ir al fondo de la vida con todo su misterio».
Pocos son los pintores que han tratado tanto el Museo Nacional del Prado como lo hizo Ramón Gaya, tanto en sus pinturas como sus escritos. Esta obra invitada es una muestra más de esa profunda admiración que sentía por las obras de la pinacoteca madrileña.


Para Ramón Gaya, Cézanne era -junto a Van Gogh- el pintor ‘de más consistencia en la pintura moderna’. Son muchos los homenajes que hizo el murciano al pintor neerlandés por el cual sentían verdadera admiración. Van Gogh -nos decía Gaya- está inmerso en la genialidad. Una jarra con rosas y un libro abierto, donde se aprecia ‘Los carboneros’ de Van Gogh, le bastan a Gaya para comunicarse con los pintores de antaño, para dar continuidad a ese hilo ininterrumpido de la Pintura.

Ramón Gaya ‘Retrato de Rosales’. Gouache sobre papel. 2001. Colección particular

Dentro de la exposición ‘RAMÓN GAYA EDUARDO ROSALES, EL ÚLTIMO GRAN PINTOR’ -y como hicimos el pasado mes- incluimos una nueva obra.
Se trata del retrato de Rosales pintado por Gaya y que sirvió como imagen del ‘Año Rosales (150 aniversario de su muerte)’.
Este homenaje lo pinta Ramón Gaya casi al final de sus días, cuando tiene 91 años y cumpliendo esa máxima suya de ‘los escritores deben morir escribiendo y los pintores pintando’.

Ramón Gaya comenzó a pintar sus famosos homenajes en el exilio mexicano, momento en el que se encontraba alejado de la pintura que le interesaba, de los maestros de antaño. Llenó su casa/estudio de reproducciones de cuadros de los grandes pintores. <<Es en México donde empiezo a pintar eso que yo llamo homenajes. Al vivir rodeado de reproducciones, siempre tenía una u otra reproducción sobre una mesa, entonces colocaba en torno unos objetos y creaba una atmósfera en torno a esa reproducción; era mi manera de comunicarme con la pintura de siempre, era una actitud polémica, polémica sin gritos>>, nos dirá el propio Ramón Gaya.
El pintor colocaba unos objetos en torno a la reproducción para crear una atmósfera: <<era mi manera de comunicarme con la pintura de siempre>>, nos diría.
Años después volverá a los museos europeos a reencontrarse con sus ‘amigos perennes’, como llamaba a Velázquez, Murillo, Tiziano, Rubens, Rembrandt… y seguirá haciendo esos homenajes hasta el final de sus días.
En todas las casas de las diferentes ciudades en las que vivió el pintor había una atmósfera ‘gayesca’ en la que, entre muebles precisos y populares, convivían libros, cerámicas, cuadros y, como no, reproducciones de los maestros de la pintura.
En la obra invitada encontramos un ‘triple’ homenaje: Van Gogh, Cézanne e Hiroshigue.
Van Gogh era una ‘debilidad’ para Ramón Gaya. Hizo muchos homenajes al pintor holandés. Decía que hay algo sumamente directo en este pintor. De la naturaleza a él y de él a la naturaleza. <<Hay como una comunicación primaria, algo como antes de la cultura; por eso tiene esa intensidad expresiva y como una cierta torpeza, se puede hermanar en la torpeza, pero es una torpeza muy especial>>.
Ramón Gaya emparentaba Van Gogh a Cézanne, de los cuales nos decía: <<son lo que me parece a mí de más consistente en la pintura moderna>>.
Y sobre la pintura oriental en la obra de Ramón Gaya hay muchas obras a los maestros chinos y japoneses: Hiroshige, Hokusai, Li po, Ma Yuan, Liang Kai, Sesshu…
Siguiendo con Ramón Gaya: «Siempre me he comunicado con la pintura china y la japonesa sin hacer diferencias. Los hai-kais japoneses y San Juan de la Cruz, para mí son lo mismo. Las modas, las épocas, los estilos no son determinantes; la obra de creación me importa como vida, como centro de vida, de vida del espíritu, si no, no sería vida».

OBRA INVITADA DE ‘EDUARDO ROSALES’
El Museo Ramón Gaya ha traído esta obra del pintor madrileño #EduardoRosales. Se incluye en el que hemos denominado ‘Año Rosales’ (150 aniversario de su muerte). Exposiciones, charlas, proyecciones para homenajear a este gran pintor. Esta es la segunda obra original de Rosales que podemos ver actualmente en el Museo. Y guarda una particularidad: está dibujada en reverso y el anverso. Se puede ver en el conjunto de la exposición ‘Ramón Gaya. Eduardo Rosales el último gran pintor’.

‘La Tormenta de Hiroshige’. Óleo sobre papel, de 1945. Ramón Gaya
Ya podéis ver en el Museo nuestra obra invitada ‘La Tormenta’, interpretación de Ramón Gaya de la xilografía de  Hiroshige (1797-1858) «Lluvia repentina sobre el puente Óhashi, cerca de Atake» (1857). Una obra icónica del arte oriental que también versionó Van Gogh.