Obras invitadas
La sección «Obras Invitadas» del Museo Ramón Gaya reúne piezas prestadas temporalmente por colecciones privadas, permitiendo a los visitantes acercarse a un patrimonio artístico excepcional. En su mayoría, estas obras pertenecen a Ramón Gaya o a pintores a los que admiraba, estableciendo un diálogo entre su legado y el de aquellos artistas que influyeron en su visión del arte.
A través de esta iniciativa, el museo enriquece su colección permanente y ofrece una perspectiva más amplia sobre la obra de Gaya y su contexto artístico. Cada pieza expuesta se acompaña de información detallada que permite comprender su relevancia y el vínculo que mantiene con la sensibilidad y pensamiento del pintor murciano.
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OBRA INVITADA
¡Qué poco necesita Ramón Gaya para tejer una obra! En su última etapa, la de la madurez, el pintor deja el fondo del lienzo o del papel prácticamente intacto, sin el más mínimo rastro de pintura. Pero ese espacio vacío no es ausencia, no es un territorio inerte: es un lugar transitable, un espacio vivo. El vacío, lejos de ser nada, es el punto de apoyo donde las formas encuentran su sitio, donde la mirada respira.
No fue un proceso inmediato. Le llevó mucho tiempo llegar a esta desnudez esencial, a ese acto de depuración que consiste en quitar más que en añadir. Porque, como bien escribió en uno de sus poemas:
«Pintura no es hacer, es sacrificio,
es quitar, desnudar; y, trozo a trozo,
el alma irá acudiendo sin trabajo.»

La pintura destaca por una inusual composición vertical, que nos adentra en el interior de la casa-estudio del pintor. Su profundidad se amplifica mediante un juego de espejos que añade una dimensión intrigante y envolvente.
Gaya utiliza pocos elementos para construir una atmósfera cálida y acogedora: una silla de anea, una mesa, una tela, un plato con granadas, un vaso con rosas marchitándose, un espejo y una reproducción de un paisaje de Van Gogh.
La composición, sencilla en apariencia, evoca un altar casi místico o sagrado, donde lo cotidiano se convierte en un espacio de comunión íntima entre el pintor con el arte del pasado.

En 1956, a las pocas semanas de su llegada desde México, Ramón Gaya alquila el que será su primer estudio en la Ciudad Eterna, en Via Margutta. Tiempo después comprará una casa en Vicolo del Giglio (donde una placa conmemorativa lo recuerda).
En Roma hubo un tiempo en que se veía casi a diario con María Zambrano en el café Greco, la Piazza di Spagna, la Via del Babuino, en la frutería o la trattoría…
Roma -nos dirá Gaya- es, en efecto, eterna, porque Roma es tierra, la tierra, la tierra firme, el suelo. En pocos lugares podremos sentirnos tan «cercados» por la vida sin paliativos, descarada, cruda, pero como «acunados» también por esa misma vida monda y lironda.
Muchos son los cuadros pintados en Roma, no solo en el interior de su casa, también en rincones de la ciudad, como el Castillo de Sant’Angelo reflejado en el agua, ruinas romanas, el Foro o este que mostramos en el Museo como cuadro invitado.
Obra invitada: El Palatino, 1958. Ramón Gaya.


Para Ramón Gaya, Cézanne era -junto a Van Gogh- el pintor ‘de más consistencia en la pintura moderna’. Son muchos los homenajes que hizo el murciano al pintor neerlandés por el cual sentían verdadera admiración. Van Gogh -nos decía Gaya- está inmerso en la genialidad. Una jarra con rosas y un libro abierto, donde se aprecia ‘Los carboneros’ de Van Gogh, le bastan a Gaya para comunicarse con los pintores de antaño, para dar continuidad a ese hilo ininterrumpido de la Pintura.
Ramón Gaya ‘Retrato de Rosales’. Gouache sobre papel. 2001. Colección particular
Dentro de la exposición ‘RAMÓN GAYA EDUARDO ROSALES, EL ÚLTIMO GRAN PINTOR’ -y como hicimos el pasado mes- incluimos una nueva obra.
Se trata del retrato de Rosales pintado por Gaya y que sirvió como imagen del ‘Año Rosales (150 aniversario de su muerte)’.
Este homenaje lo pinta Ramón Gaya casi al final de sus días, cuando tiene 91 años y cumpliendo esa máxima suya de ‘los escritores deben morir escribiendo y los pintores pintando’.