El cuadro en el caballete
En la segunda planta del Museo se ha recreado la casa-estudio de Ramón Gaya, un espacio íntimo que conserva sus objetos personales.
Las viviendas en las que residió el pintor tenían una marcada personalidad, con una cuidada selección de muebles y objetos: reproducciones de obras de grandes maestros como Velázquez, Murillo o Rembrandt, cerámica popular y, por supuesto, los materiales necesarios para su pintura. Pues Gaya no separaba su vida de su arte; su hogar y su estudio eran uno solo.
Sabemos que en ese espacio de creación y convivencia, el pintor solía recibir a sus amigos, a quienes mostraba pacientemente sus obras colocándolas en el mismo caballete que conservamos en el Museo. Era una costumbre en él compartir sus nuevas creaciones, generando sorpresa y admiración en sus visitantes.
Siguiendo su espíritu, iniciamos un nuevo ciclo en el Museo: el cuadro en el caballete irá cambiando periódicamente. Queremos mantener viva su esencia, mostrando que su pintura sigue presente. Cada mes, sustituiremos la pieza expuesta, permitiendo que los amigos del Museo descubran nuevas obras, como si fuera el propio Ramón Gaya quien las enseñara.
Marzo 2025 | Homenaje a un Picasso de 1919. 1992. Ramón Gaya
Iniciamos este nuevo ciclo con una obra que refleja la profunda mirada de Gaya sobre otros creadores: ‘Homenaje a un Picasso de 1919’. En ella, el pintor de Murcia no copia ni reproduce, sino que incorpora el universo del otro en el suyo propio, lo vuelve cercano, doméstico, íntimo. Hace un ‘comentario’ como señalaba Gaya.
En este interior íntimo, pintado en sus estudio de Roma en Vicolo del Giglio (callejón del lirio), conviven una lámpara, flores frescas, cuencos y libros abiertos, aparece —como si siempre hubiera estado ahí— una reproducción de una pintura de Picasso. No es un gesto de reverencia académica, sino un diálogo entre artistas; un diálogo silencioso que Gaya instala con naturalidad en su espacio vital.
Colocar esta obra sobre el caballete original del pintor es una forma de seguir escuchándolo. Como cuando recibía a sus amigos y les enseñaba, sin alardes, lo último que había pintado.