Cuadro del mes
En el ciclo ‘Cuadro del Mes’, señalamos algunas obras escogidas del Museo; tratando de profundizar aún más en piezas destacadas de la colección y en las historias que arrastran tras de sí. Anécdotas, vivencias o curiosidades que nos den una visión inédita de la obra seleccionada.
Abril 2025 | Homenaje a Carpaccio con dos granadas, 1951. Ramón Gaya
Este mes te invitamos a detenerte ante esta obra donde Ramón Gaya rinde homenaje al cuadro ‘Dos damas venecianas’ de Carpaccio. Lo pintó antes de viajar a Venecia y ver el original; entonces escribió que era mucho más de lo que imaginaba, que desprendía «una vida tan silenciosa, tan secreta, que casi da miedo». Aunque el color y la expresión estaban más apagados de lo esperado, sentía que el cuadro estaba lleno de alma, triste, muy recatadamente triste.
El cuadro de Carpaccio, conservado en el Museo Correr de Venecia, representa a dos mujeres rodeadas de símbolos de pureza y estatus: un abanico, perlas, palomas… Durante mucho tiempo se pensó que eran cortesanas, pero hoy sabemos que eran damas nobles, esperando a sus maridos cazadores. Esta pintura formaba parte de un díptico junto a ‘Caza en la laguna’, hoy en el Museo Getty de Los Ángeles. Las bisagras y el pestillo del panel indican que pudo servir como contraventana o puerta de un armario, pensada para un espacio privado.
Refiriéndose a las dos figuras, Gaya decía que transmitían «algo intocable, sagrado», y que el cuadro tenía «un significado indescifrable – quizá sin significación – muy hermoso y raro». Comparaba la mirada de Carpaccio a esas mujeres con la de Velázquez al pintar a los enanos: una pintura que «existe sólo lo necesario para poder alcanzar, lograr ser alma».
En su homenaje, Gaya sustituye a las damas por dos granadas abiertas, símbolo de vida y de alma contenida, recogiendo esa misma tristeza serena que tanto lo conmovió. Para él, contemplar el cuadro de Carpaccio era como mirar la plaza de San Marcos: «cuadro y plaza se recuerdan, se comunican, se reconocen».
Un pequeño cuadro que es, en palabras de Gaya, un acercarse «con reverencia» a Carpaccio.
Marzo 2025 | El Palmeral. Luis Garay
En el Museo, encontrarás una sala dedicada a los pintores con los que se formó Gaya. Hay obras de Bonafé, Flores, Hall o Joaquín. Entre ellas, destaca este paisaje de Garay, quien, al igual que Gaya, abandonó París algo decepcionado, para regresar a Murcia para desarrollar su estilo único, intimista.
Sobre su trayectoria, el periodista José Ballester escribió:
«Garay será más o menos grande que los demás y tendrá una cantidad mayor o menor de genio, pero es lo cierto que mientras otros corrieron atropelladamente para así lo que consideraban como un hallazgo definitivo, nuestro pintor iba hacia adelante al compás de su serenidad, sin prisas ni tropezones, aprovechando o desdeñando según su prudente arbitrio selectivo.
Modestia y mérito se dan en el parejamente».
En la imagen «El palmeral» de Luis Garay. 1928. Óleo sobre lienzo.
Febrero 2025 | Puente de la Academia, 1953. Ramón Gaya
Enero 2025 | La maja vestida, 1932. Ramón Gaya. Copia para las Misiones Pedagógicas
Diciembre 2024 | El pintor Cristóbal Hall, 1939. Ramón Gaya
Septiembre 2024 | ‘Los fusilamientos del 3 de mayo’, 1933. Ramón Gaya
Julio 2024 | Autorretrato con geranio’, 1982. Ramón Gaya
Junio 2024 |Retrato Salvador Moreno, 1943. Ramón Gaya
Ramón Gaya no tuvo más remedio que exiliarse en México en 1939. Los primeros años en el país azteca fueron muy duros. Allí se reencontró con amigos como Octavio Paz (al que había conocido en Valencia durante el Congreso de Escritores Antifascistas), Juan Gil-Albert, Concha de Albornoz, Luis Cernuda… Se sumaron algunos residentes mexicanos como el poeta Xavier Villaurrutia, la arqueóloga francesa Laurette Séjourné (viuda de Víctor Serge), Tomás Segovia y alguien especial: el compositor Salvador Moreno.
«A Salvador lo conocí nada más llegar y creo que tuvo mucha importancia para él conocerme, porque se formó al lado mío. Así que a veces en su casa me sentaba al piano y tanteaba, yo no puedo leer música, no distingo un do de un re. Pero me gusta sentarme al piano y buscar, tantear. Y ahora, me decidí a comprar este piano y me ayuda muchísimo, mientras estoy trabajando».
Salvador fue un amigo y confidente del pintor.
Fue Salvador quien presentó a Ramón Gaya a Victoria de los Ángeles.
La amistad entre ambos fue sólida y duradera. Este retrato lo pintó Ramón en 1943, a los pocos años de llegar a México
Mayo 2024 | Retrato de Tomás Segovia. Ramón Gaya
Abril 2024 | El Espanto 'Bombardeo en Almería' 1937.
Este cuadro es uno de los pocos que pintó Ramón Gaya con un tema trágico. Se trata de «El Espanto (Bombardeo en Almería, 1937)». Representa la masacre que tanta repercusión tuvo internacionalmente por los testimonios del médico canadiense Norman Bethune (que la describió como «doscientos kilómetros de miseria»), o el reportaje fotográfico del ya mítico Robert Capa.
La obra de Ramón Gaya recibió el primer premio de pintura en los Concursos Nacionales y formó parte del Pabellón Español de la Exposición Internacional de París de 1937, donde también estaba el «Guernica» de Picasso (hace una década pudimos contemplar ambas obras en el Museo Nacional Reina Sofía en el 75 aniversario de la conmemoración del trágico bombardeo).
Ramón Gaya participó en el citado Pabellón con dos obras más: “Retrato de Gil-Albert. Palabras a los muertos”, uno de los cuadros más icónicos del Museo Ramón Gaya; es uno de los más representativos, pues la amistad entre el poeta y el pintor fue muy sólida. Juan Gil-Albert acogió en su casa de Valencia a Ramón Gaya y su mujer, Fe Sanz; fue padrino de su hija Alicia, también impulsó junto a Gaya y otros integrantes de las Misiones Pedagógicas la publicación ‘Hora de España’.
El otro cuadro es una parte de un cuadro mayor que el propio Ramón Gaya destruyó en los años ochenta pues según decía: <<la habían repintado>>. Se salvó solo la «Cabeza de muchacho» (gracias a la intervención de Manuel Fernández Delgado).
Actualmente, «Cabeza de muchacho» y ‘El Espanto (Bombardeo en Almería, 1937’ pueden verse en el Museo Ramón Gaya de Murcia. La obra “Retrato de Gil-Albert. Palabras a los muertos”, se encuentra en la exposición ‘Popular’ en el IVAM. Institut Valencià d’Art Modern. que estará hasta el 14 de abril.
Marzo 2024 | La cinta, 1940. Ramón Gaya
‘La cinta’ de 1940 es el primer cuadro que pinta Ramón Gaya en México. Llegó al país azteca en 1939, exiliado. Había perdido a su mujer en un bombardeo y no tuvo más remedio que separarse de su hija Alicia, de tan solo dos años. En ese tiempo amargo Ramón Gaya se encierra en sí mismo, no frecuenta a mucha gente ni sufre más compañía que la de aquellos que coinciden con sus gustos y temperamento. Ni el arte ni la pintura mexicanos coinciden con él. No habrá influencia alguna de México en la pintura de Ramón Gaya. Vuelve nuevamente a pintar a pesar de encontrarse en una delicadísima situación emocional.
Febrero 2024 | El niño de Vallecas, 1987. Ramón Gaya
Tras regresar del exilio, Ramón Gaya visita incansablemente el Prado: «Casi nadie comprende mis repetidas y repetidas visitas al museo; yo mismo no lo entiendo del todo, si no es, acaso, por haber vivido demasiado tiempo –catorce años largos– sin poder contemplar un trozo de pintura verdadera; catorce años de ausencia y miles de kilómetros de distancia han podido muy bien formar ese hueco, ese vacío insaciable. Cuando me encuentro delante del Mercurio y Argos, o el Don Juan de Austria, o Las Meninas, o el Niño de Vallecas, o los paisajes de la Villa Medici, o el Sueño del patricio o… Las pinturas negras, me doy cuenta, claro, de haber vuelto verdaderamente –irremediablemente– a mi tierra».
Quizás nadie ha tratado tanto el El Prado como lo hizo Ramón Gaya, ya sea en sus pinturas o en sus escritos. Lo visitó cientos de veces a lo largo de toda su vida desde que entrara por primera vez a los diecisiete años. Con muy pocos más realizó algunas copias de pinturas muy escogidas para el museo ambulante de las Misiones Pedagógicas. En su exilio en México definirá al Museo como roca española y, al visitarlo dos décadas después, a su vuelta a España, tendrá un emotivo reencuentro con El Prado. Volverá a pintar algunos cuadros, esta vez no hará copias sino versiones ‘comentarios’, como los llamaba el pintor.
Pérez Sánchez, director del Museo del Prado y amigo de Ramón Gaya, permitió a éste entrar los lunes al Museo, día de cierre al público. Será entonces cuando Gaya pinte este Niño de Vallecas, del cual decía: «Es un cuadro que en un principio, de jovencito, no entendí completamente. Lo encontraba muy bueno, claro, muy bien pintado, pero yo no podía entender todo el misterio que encierra porque no había vivido lo suficiente. Porque, claro, no se trataba de haber visto bobos –bobos he visto y sigo viendo demasiados– sino de ver el misterio que encierra ese ser raro, casi angélico. Cuando uno se encuentra ante un ser así, se encuentra lleno de preguntas, de preguntas sobre Dios, sobre la divinidad, sobre muchas cosas…A esa edad, jovencito, no podía entender ese misterio. En realidad, sigo sin entenderlo, porque los misterios no se entienden. Los misterios se sienten, se tocan, pero no se desvelan. Un misterio que se desvela no es tal misterio…»
Enero 2024 | 'Cristóbal Hall en el salón de Cardesse'. 1939. Ramón Gaya
Este cuadro ‘Cristóbal Hall en el salón de Cardesse’ lo pinta Ramón Gaya poco después de salir del campo de concentración de Saint-Cyprien, donde estuvo recluido 16 días.
¿Cómo consiguió salir Gaya de ese infierno? Lo cuenta el pintor en una desgarradora entrevista a Elena Aub:
«Cristóbal Hall le había encargado a Lady Hall que me buscara por los campos, y ella me encontró en ese grupo [el grupo de compañeros de ‘Hora de España’]. Como era él quien me había reclamado yo tenía derecho a pasar uno o dos meses en su casa. Cristóbal Hall y su familia tenían alquilado un pequeño château en Cardesse, un pueblecito muy cerca de Pau. Por eso ella tenía tanto interés en que nos vistiéramos de manera vulgar, porque si se fijaban en ti, te podían devolver al campo, ¡gente que había salido legalmente, que tenía sus papeles! Al día siguiente nos metieron en un tren, un tren que llegaba a una estación determinada –como soy poco novelista, poco propenso a novelar, todo eso lo borro, lo olvido–, y en esa estación nos teníamos que separar, ellos continuaban viaje y yo me tenía que bajar y esperar en la estación al tren que me debía llevar a Pau. Entonces ya en el tren y antes de separarnos Gil-Albert, Sánchez Barbudo, Dieste y los demás, no tuvieron más remedio que decirme que mi mujer había muerto y que Carmen Dieste había recogido a la niña y que estaban en París. En esas condiciones tuve que bajar del tren yo solo, comprar un periódico francés, sentarme en el restorán de la estación, pedir un café y hacer como que leía; la policía francesa estaba atenta a los viajeros, en esas condiciones pasé unas dos horas. A las dos horas de estar allí, llegó mi tren y me subí. Una vez en el tren me hice el dormido, por la pronunciación, claro. Yo podía hablar francés pero… en español. Al llegar a Pau me asomé a la ventanilla y vi a Cristóbal inmediatamente; él me estaba mirando y no me reconocía. Había venido a por mí en un taxi, tomamos el taxi y nos fuimos a Cardesse. Al llegar allí me acompañó a mi habitación, habían encendido la chimenea. Cuando me vi en esa habitación, me caí al suelo desmayado. Me desmayé cuando me vi a salvo, es decir, cuando ya no estaba en peligro. Estuve con ellos unos dos meses, la mayor parte del tiempo en la cama, enfermo de… todo, claro».
Lo único que ‘repuso’ algo al pintor murciano, fue volver a pintar. El propio Cristóbal Hall le recomendó a Ramón que lo hiciera. Fruto de ese tiempo en Cardesse son numerosos cuadros en los sorprendentemente no hay rastro del sufrimiento que está pasando.
Ramón Gaya no tendrá más remedio que marcharse al exilio en México. Cristóbal Hall y su mujer le dicen: “Usted va a un exilio, no sabe qué se va a encontrar allí, qué penalidades tendrá que sufrir; la niña acaba de salir de su enfermedad, apenas está repuesta, se le va a quedar a usted en el trayecto. No sea loco, déjenosla, y ya veremos qué es lo que pasa”. Todos pensaron que era lo mejor para Alicia.
Ramón y Alicia no se reencontraron hasta 13 años después. Todo ese tiempo la niña estuvo al cuidado del matrimonio Hall
«El arte es realidad, el arte es vida, él mismo, y no puede ser otra cosa que vida, carne viva»
RAMÓN GAYA